Transcribimos la Homilia del Padre Francisco Lucardi, Párroco de San Juan Bautista en el marco del Solemne Tedeum por un nuevo Aniversario de la Revolución de Mayo.
“Queridos hermanos, muy pocas veces las efemérides patrias coinciden con la máxima solemnidad católica. Hoy es ese día, la revolución coincide con la resurrección. Es un llamado fuerte que la providencia pone en nuestros corazones.
Retomar el espíritu de la revolución incluye sí o sí acercarnos al menos, al poder de la fe en la resurrección que todos los próceres, muchos de ellos sacerdotes fervorosos poseían como un fuego incandescente en su interior.
Por eso estaban dispuestos a morir sin seguir intereses mezquinos, porque creían en la vida eterna y en la resurrección. En la primera lectura que se ha proclamado, ciertamente nos encontramos con una comunidad que había sido testigo de la resurrección y que sin embargo protagonizó una acalorada discusión que Pedro debió sosegar con su autoridad de pastor primado.
También María Santísima debió encaminar a esa iglesia naciente de pasos inseguros y bruscos. Así vemos que tanto la experiencia de la resurrección, grito de victoria como la vivencia de la revolución, grito de libertad, pueden ser asumidos en distintos grados por las personas, aun habiendo sido testigos de ambos sucesos.
¿Cómo los hemos asumido nosotros? Veamos que hizo Jesús tras resucitar. Cristo se apareció a su madre, se apareció a sus íntimos, no se apareció a sus enemigos para defenestrarlos. En la misma línea, ¿cómo debe ser hoy nuestra revolución?
Escuchemos, conozco tus obras, tus trabajos y tu constancia, dice el apocalipsis. Sé que no puedes soportar a los perversos, pero tengo un reproche contra ti, te has olvidado del amor primero, conviértete y observa tu conducta anterior.
Queridos hermanos, volvamos a ese amor primero, resurrección y revolución, compartida con los íntimos, recordando que ambas no derramaron ni una sola gota de sangre, aunque la historia posterior sí supuso la sangre de los mártires, que nuestra eternísima madre de Itatí nos suele gritar por dentro y por fuera sin violencias, vida eterna, vida eterna, vida eterna, libertad, libertad, libertad, que así sea”.